¿Aprender algo que ya habíamos descartado por nuestra edad?
¿Iniciarnos en algo que no habíamos necesitado hasta ahora y que pensábamos que nunca necesitaríamos?
Si no os lo habíais planteado, puede que la vida venga a hacéroslo.
Ese fue mi caso.
Comprarnos una moto era algo que mi compañero Adrián me había propuesto hace varios años, porque un segundo coche era demasiada inversión y nuestra necesidad se limitaba a desplazamientos cortos, por la zona rural donde vivíamos.
Pero yo lo descartaba de plano: ¿a mi edad (treinta y pocos por entonces)? No, gracias. Yo ya estaba mayor para aprender a montar en moto. El miedo y la pereza de intentarlo me superaban.
La oportunidad
Como la mayor parte sabéis, el pasado enero volamos a Tailandia para pasar en Asia unos cuantos meses. El lugar en el que más tiempo estuvimos fue la isla de Koh Phangan.
¿Y adivináis cuál era el medio de transporte casi exclusivo allí?
Pues sí, la moto.
Queríamos estar en la isla entre uno y tres meses. Yo sabía que el tema de la moto aparecería tarde o temprano, pero no con tanta intensidad. Confiaba en que hubiera alternativas (ir a pie, alquilar una bici, coger un taxi, etc.). Y las había, pero también requerían superar otras barreras:
– Podía salir de nuestro resort a pie, atravesando un trocito de selva; pero como a partir de las 18 allí era de noche, siempre tenía que volver antes (ir sola por la selva de noche tampoco me atraía demasiado).
– Podíamos ir en moto los 4, pero a la larga era muy incómodo. Además, los niños comenzaron a pelearse en pleno movimiento, lo cual era tremendamente inseguro. De hecho, me parecía más inseguro que fueran 4 personas en moto que que una de ellas se decidiera a aprender a conducir también.
– Podía coger un taxi, pero tenían unos precios desorbitados (bueno, para los precios de allí, claro).
Cómo decidí que quería aprender a montar en moto
Mi decisión se fundamentó en varias necesidades y varios razonamientos que me dieron confianza:
– Querer moverme sola: viajando y estando los 4 juntos la mayor parte el día yo sentía mi necesidad de cambiar de lugar y estar a solas por un rato.
– Ir a actividades: en Koh Phangan había clases de baile, yoga y mil cosas más que me parecían súper interesantes. Pero estaban como a 20-30 minutos en moto, a otro lado de la isla.
– Si aprendía dándome tiempo y espacio no tenía por qué pasarme nada. Adaptándome a mi ritmo y mis necesidades.
– Es sabido que se dan muchos accidentes de moto por Koh Phangan, pero también es sabido que para muchas personas es la primera experiencia con una moto, que el aprendizaje es aceleradísimo, que el casco no es obligatorio (¡!) y que bastante gente conduce bajo los efectos del alcohol (¡!).
– La moto es el medio de transporte más extendido y usado en muchos países del Sudeste Asiático, a donde yo quería (y quiero) viajar. Aprender a montar era coherente con querer conocer esos países.
– Como decía antes, ir los 4 juntos en moto a la larga me parecía una opción más insegura que la de repartirnos en dos motos.
Cómo lo hice
– En primer lugar cometí un error, que fue montarme el primer día en la moto y pretender subir una cuesta empinadísima, de un tirón, siendo mi primera experiencia. Estuve a punto de chocarme contra una señal.
– Dejé que pasaran varios días para recuperarme un poco del susto y después comencé a darme pequeños paseos yo sola por el pueblo más cercano, que era completamente llano.
– Cuando me sentí segura en esos paseos comencé a probar cuestas de poco desnivel y trayectos nuevos (cortos).
– Cuando me sentí segura en trayectos más largos y cuestas semi-empinadas me atreví con el camino en el que había tenido problema el primer día.
– Superadas estas fases me sentía bastante segura para hacer cualquier tipo de trayecto, aunque los nuevos siempre me impusieran algo de respeto.
– Conforme fui teniendo más y más seguridad pude ir incluyendo en los viajes a mi hija (incluso también a mi hijo, los tres juntos en alguna otra ocasión).
– El proceso completo hasta poder hacer cualquier tipo de viaje sin problema duró más de un mes.
– Nunca superé mis propios límites, es decir, si necesitaba ir despacio, lo hice, hasta poder sentirme segura yendo a más velocidad.
– Todos siempre con casco.
Conclusiones:
Aprender a montar en moto ha sido una de las experiencias personales más poderosas que he vivido en nuestra estancia en Asia.
En primer lugar porque me ha permitido disfrutar de la vivencia en sí: sentir el viento en tu cuerpo mientras atraviesas paisajes de ensueño es una de las situaciones que más ganas tengo de repetir. Viajar dentro de un coche, como solemos ir nosotros normalmente, es algo mucho más “aséptico, neutro… Incluso aburrido.
Pero además, extraigo varios aprendizajes que puedo aplicar al resto de mi vida:
– Importancia de respetar mis propios ritmos. Lento pero seguro. El haberme escuchado, atendido mis miedos y haberles dado espacio… Haber tenido un mes entero de vaivenes hasta haber conseguido arrancar definitivamente. Ha sido mi proceso y ha sido importante que fuera así, con tiempo.
– Cierto razonamiento. Haber apelado a la lógica también ha sido crucial. ¿Por qué yo no iba a poder hacerlo, si tomaba todas las precauciones necesarias?
– He ido viendo como me superaba, etapa tras etapa. La penúltima de ellas: montar en moto por Ubud (Bali), una ciudad pequeña pero con mucho caos y atascos. Me costó arrancar al principio, pero luego lo hacía sin problema. Si me lo hubieran dicho dos meses antes no me lo hubiera creído.
– Importancia de escuchar cierta llamada interior: dentro de mí había algo que me decía que si llegaba a aprender lo iba a disfrutar. Es difícil de explicar. Recuerdo haberlo hablado nada más llegar a Koh Phangan con otra mamá, que me dijo que al principio le daba miedo pero que luego le encantaba. Esa era mi intuición de lo que podía pasar conmigo.
– QUERER ES PODER. Tuve que estar segura de que quería y por qué quería. También de que yo era perfectamente capaz. Entonces la maquinaria se puso en marcha.
Este post es una mera experiencia personal, que no pretende animar de manera generalizada a montar en moto. Ni mucho menos.
Más bien animar a escuchar aquellas voces que tenemos dentro, apagadas quizá, que nos hablan de vez en cuando de cómo podría ser nuestra vida si aprendemos a bailar, a montar en bici, a nadar, a escalar, a hablar otro idioma, a tocar un instrumento, si montamos nuestro negocio, si emprendemos ese viaje…
Porque muchas veces del querer al poder no hay más que un pequeño paso.
¿Has tenido experiencias de aprendizaje parecidas?, ¿cómo ha sido? Anímate y háblanos de ellas en los comentarios.
Como siempre, si te ha gustado el artículo, puedes ayudarnos compartiéndolo 🙂